Con unas características climáticas excepcionales, 2017 nos recuerda duramente que la viticultura sigue expuesta a los riesgos de la naturaleza. El año había empezado muy bien. Marcado por un ciclo vegetativo adelantado respecto a los ciclos anteriores, los meses de frebreo y marzo favorecieron un crecimiento rápido de la viña. Las cuatro noches de hielo del fin del mes de abril fueron terroríficas, destruyendo un 40% de la cosecha en la zona de Burdeos con disparidades importantes según las denominaciones. Las viñas protegidas del hielo conocieron un florecimiento precoz y homogéneo gracias a las temperaturas particularmente elevadas del mes de mayo mientras que las tormentas del fin de junio evitaron un episodio de estrés hídrico en la viña. Después de un verano excepcional seco y caluroso, las precipitaciones del inicio del mes de septiembre hicieron temer el desarrollo de la podredumbre gris. Las vendimias de 2017 fueron precoces, empezando a partir la segunda quincena de septiembre con los Merlot. Los Cabernet más tardivos beneficiaron de las buenas temperaturas a partir del 20 de septiembre que permitieron el final de la maduración en condiciones óptimas. Referente a los vinos blancos, el excelente estado sanitario de las uvas desarrolló una madurez fenólica ideal, conservando buena acidez y una grandísima frescura aromática. La sucesión de los momentos de lluvia y intervalos de sequía favorecieron el desarrollo tardío del botrytis permitiendo una buena concentración del azucar y de los aromas de las uvas. Se reunieron unas condiciones perfectas para la elaboración de unos grandes vinos licorosos.